domingo, 30 de enero de 2011

Invadida


Sólo mirarte me vasta.
Sólo con eso.
Me sacia el saberme afortunada.

Por tenerte a mi lado.
Me olvido a veces,
De tu propia persona.

Llena de tu alimento,
No soy ingrata, ni egoísta,
Por no tener sed de tu amor:

Es sólo que estoy llena de ti.
Despojada del deseo de tenerte,
Sabedora de que te tengo.

Irrumpida y asaltada por todo tú,
Acometida y asediada por tí,
Tu alma instalada en mi cuerpo.

Conquistada y seducida,
Liberada de mí misma,
Cautivada e invadida.

domingo, 23 de enero de 2011

No se

No se si mi mañana verá tu mañana.
Si tu mano encontrará, un día, mi mano.
Si podré escuchar tu voz o acariciar la tela que cubre tu cuerpo.

No sé si el destierro quedará hecho añicos, como un espejo roto.
Si el marfil lánguido de tu alma formará parte del ajuar que adorne mis alegrías y tristezas.
Si dejaré de navegar sin timón, a la deriva, y encontraré el rastro de tus besos.
Si quemaré mi dolor y lo enterraré entre corales.

No sé, si una tarde cualquiera sentiré tu presencia.
Si cesará mi hambre de amar.
Si cesará la guerra entre mi mente y mi corazón.

No sé si sentiré tus caricias.
Si sentiré que nuestras manos se confunden.
Si sentiré que nuestros cuerpos se entremezclan...

Hasta que no sepamos distinguir quién es quién.

sábado, 22 de enero de 2011

Habla

Habla.

Habla de caricias mientras tus dedos recorren mi piel,

Habla de besos mientras me siento segura, reflejada en tus ojos,

Habla, mientras me tocas, y el escalofrío es tal, que hasta mi cabello se estremece, como si el aire lo meciera,

Habla, porque tu voz me acompaña el resto del día, como me acompaña el recuerdo de tus dedos,

Habla, porque así sabré que estás bien, y me sentiré contagiada de tu optimismo.

jueves, 20 de enero de 2011

Es inevitable sentir

Es inevitable sentir,
Sentir amor, sentir miedo,
Sentir odio, sentir frío,
Cuando nos nieva por dentro.


Es inevitable sentir
Desde el calor de tu aliento,
Hasta la mirada ausente
De aquel que viaja por dentro.


Es inevitable sentir
Al que regala un deseo.
Tan palpable, como ahogo
De quien no ofrenda un beso.


Es inevitable sentir.
Sentir que siempre te quiero,
Sentir que “te necesito”,
Sentir al alma riendo.

Narración


El aire de agosto venía caliente. A las cuatro bajábamos con las bicicletas hasta la playa, cuando la estancia en las casas y en las calles del pueblo se hacía insoportable. A esas horas, la gente andaba con el sopor de la siesta, dormitando, bien bajo los parrales, en sus porches o en la tumbona, en la entrada de sus casas, con las ventanas y puertas abiertas y las cortinas meciéndose y bailando al tenue son de la leve brisa. No se veía un alma por las calles hasta las seis o las siete. A esas horas, los portales se habitaban, y la gente  sacaba sus sillas para tomar el fresco, mientras algunas mujeres mostraban sus labores de ganchillo, otras rociaban la calle para que se asentara la tierra, y los hombres simplemente observaban a los transeúntes entre sarcásticos comentarios.

         Mis amigas y yo íbamos por el viejo camino de la ermita de las huertas. Para todos, el paisaje era desolador: solo, seco, inundado por el sonido de las chicharras y el peligro latente de los alacranes. Sin embargo, la vista era hermosa ante nuestros ojos: los campos con sus áridos montes, salpicados de arbustos, esparto, chumberas y alguna palmera aislada. Una pequeña huerta de naranjos, varias higueras casi ermitañas y un superviviente sauce olvidado junto a las ruinas de un cortijo.

         Desde el monte al que llamábamos Los Pelaos, por ser parte aparente de éste desierto que invade mi tierra, llegaba la vista hasta el mar, o hasta el pueblo, según se vaya o se venga, sin absolutamente ninguna forma de vida que les impidiera disfrutar a nuestros indagadores ojos. Y la mejor parte, cuando pasábamos por al lado de la balsa llena de agua de riego, para ver a los pájaros refrescándose. Siempre circulábamos junto a las antiguas acequias que antaño regaban los bancales, ya abandonados y en los que crecía alguna espiga de trigo o cebada despistada. Junto a los viejos cortijos, algún aljibe y su horno de pan, cuya forma siempre me ha recordado a una gigantesca magdalena. Luego rodábamos cuesta abajo, escuchando únicamente el resonar de las ruedas y las cadenas de nuestras bicicletas.

Hoy lo sé... por muy dura que resulte la vida, siempre me aferro a ese recuerdo. Sé que he tenido vivencias probablemente mejores: momentos apasionados, divertidos, importantes... pero la intensidad del momento y el sentimiento de paz siempre me han hecho creer que la felicidad es eso: rodar cuesta abajo por el camino de la ermita de las huertas.



martes, 18 de enero de 2011

El tiempo que falta para amarte

El tiempo que falta para amarte...
Este tiempo de angustia por lograrte,
no es tan solo, mis ansias de tenerte,
es también toda esta amargura
de los días que faltan para verte.

Este deseo terrible de abrazarte,
no se queda en el día en que te tuve,
todo esto que siento, se resume,
vida mía...
en el tiempo que falta para amarte.

Y esta boca que se muere por besarte,
se deshace, en el mar del silencio,
y aumenta a cada hora, a cada instante,
pues me falta mucho tiempo,
para amarte...