sábado, 14 de mayo de 2011

Carta a Yaiza



Querida Yaiza:

Ayer hizo un año que vivo aquí, tan alejado de tu presencia. Ayer volví a contar, como si de espinas se tratara, cada kilómetro que nos separa. Ayer, como cada día, volví a recordarte, tan lejana y tan dentro de mí, como si mi tierra misma fueras.

Tanto como estar separado de ti, aun sigue siendo doloroso el sentirme en tierra extraña. Aquí no soy el Ismail Al-Kabir de veinte años atrás; Podría ser tratado, podría ser o sentirme como un extranjero de esos… un turista, un guiri como aquí dicen, podría ser uno de esos blancos de piel rosada, (o rojiza… si fuera verano) y ojos de tono claro, no preparados, ni piel, ni ojos, para este sol. Sí, son también de otra raza distinta a los que aquí viven, pero su estatus social hace que se les distinga. Vienen a dejar su dinero. De mí, sin embargo, piensan que vengo a quitarles el trabajo.

¿Cómo explicarles que eso no es así? Aquí hay faena suficiente. En Almería buscan siempre gente para laborar esta tierra, aparentemente seca. Pocos almerienses desean bregar bajo este fuerte sol, o entre asfixiantes plásticos, como es lógico. Si por circunstancias han de trabajar en el campo, cuando toman experiencia, intentan crear su propia empresa. Esta zona, con sus campos llenos de invernaderos, se asemeja a una pradera nevada cuando los ilumina el sol de mediodía. Como industria, es uno de los lugares de España que más movimiento de dinero produce… y si se contrata la mano barata de ilegales, más beneficios dan.

Querida Yaiza… ¿Sabes? Esta gente me sorprendió mucho cuando empecé a conocerla. Son tranquilos, contagiados quizás por la tranquilidad del clima. Son muy heterogéneos sus pueblos, y no me refiero a esa mezcla de payos, gitanos y extranjeros. Más bien pienso, no en el ramaje que el árbol muestra, sino en su raíz. La fuerza de una cultura, o la fuerza de un árbol, se manifiesta cuando su raíces son sanas. Todos los pueblos que por aquí han pasado han dejado huellas, desde el Argal, con su indalo, pasando por fenicios, griegos, tartesos, romanos, vándalos, visigodos… musulmanes… Entonces, Yaiza, ocurrió algo que aún sigue de actualidad en tantas culturas; los reyes Católicos exterminanron y expulsaron a gran parte de los andaluces por motivos de creencias y religión. ¿Te imaginas? Le dijeron al árbol “Levanta y vete, eres distinto, no perteneces a este bosque”. Por eso se lo que sintieron, a nosotros también nos han plantado en una tierra que no es la nuestra. Pero esta tierra ya estaba abonada y enriquecida… nuevas culturas y nuevos pueblos siguen nutriendo al árbol, aunque desconozca su alimento hasta el día de hoy.

Y sin embargo, querida Yaiza, hay gente que me mira con desprecio. Sin duda, es gente que olvida qué significa ser andaluz. No hay mayor ignorancia que la de no saber la propia procedencia, de dónde procedes.

Si supieran mi historia…

En nuestra ciudad, Tendrara, estaba cansado de la miseria y el hambre. Hacía mucho, tú lo sabes, que buscaba trabajo. La idea de venir a probar fortuna revoloteaba en mi cabeza hace tiempo, pero era mucho lo que debía dejar a cambio: Mi casa, mis padres, y sobre todo tus dulces ojos. Me esperaba un mundo distinto, otro idioma, otra vida.

Los niños aprenden a un tiempo, a hablar y a vivir… pero yo no soy un niño, y sin embargo, debía comenzar del mismo modo.

¿Recuerdas cuando regresó Mustafá al pueblo? Habia emigrado a Europa. Regreso con su propio coche, cargado de regalos para todos, pero su mejor regalo fue verlo regresar feliz, había prosperado. Fue cuando, imaginando a mis padres orgullosos de mí, me decidí a intentarlo. Me despedí de mis padres y de ti… ¿Lo recuerdas? Me prometiste no llorar, para que la última imagen tuya fuera tu sonrisa, pero al fin no pudiste evitarlo…

Mi dulce Yaiza, siento un remolino en el estómago, como si los recuerdos azotaran mi cuerpo en vez de mi mente. Unos amigos de Mustafá se encargaron del traslado desde Tendrara hasta Nador. Allí nos confinaron en un cuartucho, según nos dijeron, hasta que hubiera suficiente pasaje para la embarcación. El “pasaje” me costó trescientas mil pesetas. Era bien entrada la noche, cuando nos avisaron de la llegada de la barca. Cuando la vi, te lo confieso ahora, se me heló la sangre. Tuve que recordar que soy un hombre. “Soy valiente, no tengo miedo”, me mentí. Saqué tu foto y la enrollé como si fuera un tubo para tenerla en la mano. La sujeté fuertemente en el momento de subir, con ella era como si estuviera sujeto a una baranda, a una cuerda tendida desde el cielo de tu alma. La barca estaba destartalada. Me pregunté si toda aquella gente entraría conmigo.

Conforme subían, la patera se hundía un poco más, hasta que el agua llegó a un palmo del borde de la embarcación. Estaba diseñada para pescar en lugares poco profundos… ¿Aguantaría un viaje tan largo?

Las aguas estaban tranquilas, las olas no se oían casi romper en nuestro bote, por lo que pasaríamos inadvertidos. Con un motor de sesenta caballos, sin luces y una espesa niebla, salimos hacia España. Mi mente escapó instintivamente de aquel lugar para no morir de pánico. De pronto recordé que no te vería durante algún tiempo. Desenrollé la foto para perderme en tus ojos, y no pensar que quizás no vuelva a verlos brillar, ni verme reflejado en ellos. El murmullo de los rezos me regresó el corazón a mi calle, al eco que llegaba hasta mi casa del sonido monótono de los niños que, sentados a la sombra aprendían los capítulos del Corán. Algo frío que me calaba los pies, me repatrió al mundo consciente: ¡Entraba agua! Me sentí empapado, y a una orden brusca comenzamos a achicarla. Cuando creí que mi corazón no podía correr más deprisa, se apagó el motor, en medio de una advertencia de silencio. Un crujido, un sonido hueco, la sensación de deslizamiento en el suelo… ¡Tierra! ¡conseguí llegar vivo!

Fue cuando conocí a Aboubacar. Ya te he hablado de él, es el tuareg, aún tenía la tez azulada por el añil con que tiñe sus ropas cuando lo conocí. Él vino por motivos diferentes. Tenía trabajo, hacía la ruta de la sal en el Sahara nigeriano, hasta que se cansó de mantener esa lucha permanente con el gobierno de su país, que poco a poco ha ido privando a los guerreros del desierto de sus derechos. Aboubacar sigue soñando con guerreros azules y mujeres maquilladas con henna, mientras yo sigo, como cada día, recordando tus ojos. Mientras, espero legalizar mi situación, pero somos muchos los que solicitamos un permiso de trabajo y pocos los que se conceden.

Hemos cambiado todo lo que poseíamos por un salario mísero, un alojamiento precario y la ilegalidad, pero no me arrepiento. He ganado la batalla al hambre y a la miseria.

Tuyo por siempre, éste que te adora.

Ismail Al-kabir.

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