viernes, 18 de noviembre de 2011

Te exalto

Es necesario que siempre recuerde, que aquellos que se sienten no dejaran de estar, y es que en el fondo... no te amo... no te ansío como si fueras rosa de sal, o una flecha de claveles lanzada hacia tu fuego: te venero secretamente, entre la sombra y el hálito.


Te exalto sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde. Te exalto secretamente, sin conflictos ni orgullo: así te venero porque no sé amar de otra manera, sino así de este modo en que no soy ni eres.

Y descubro que de ti me he prendado, porque eres ese hombre que demandaba mi esencia, el que, a pesar de su ausencia, siento como me cubre con sus alas, protegiéndome.

De ti me he prendado y aficionado... Algún día, mi vida, algún día ataremos nuestras lenguas en un baile íntimo.
Me elevas por encima del tiempo y el espacio, convirtiéndome en un ser divino... tal como tú eres.

Quisiera ser capaz de reconocer lo irreconocible, quisiera ser capaz de poder encontrarte en medio de las gentes, quisiera no volver a equivocarme y confundirte con otro. Quisiera creer en ti cuando te encuentre y me hables de amor, y no creer que se trata de una equivocación, de un error.

Escucha junto a mí el murmullo del riachuelo, que no es otro que el recorrido de nuestra sangre por las venas, no es otro murmullo que nuestros latidos... acompasados. Escandaloso y orgásmico latido... como el escandaloso color de nuestra piel, dorada por el calor vivido. Los labios pastosos y secos sin mas sabor que el del cuerpo del otro y sin mas deseo que beber de su boca, observando el rojo rubor de su rostro... Y a la tarde, solo el recuerdo de su voz, de su cuerpo... y de las caricias sentidas... no... de las que quedaron por sentir... quizás... quizás...

Yo no temo guardar cada huella en mi dejada, no temo el recuerdo de un beso, ni temo que me llegue a la memoria un abrazo mendigado en horas; no de calor, no es eso... en horas de silencios del alma, que desprotegida pide la limosna del cariño. Yo no temo que me muerda el lobo de una conciencia dejada en el suelo, arrugada en horas; no de pasión, no es eso... en horas de cura para un corazón que olvidó la palabra te quiero, o un cuerpo que levemente recuerda el cosquilleo y las mariposas que le produjo el primer amor.

Esas limosnas las guardo para mis horas bajas, mis horas de soledad crónica, aceptada mientras escucho cada latido como una nueva esperanza de salvación aquí, en este papel...

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